Manifestación en Madrid, 6 de diciembre
Contra la Constitución salvaje
Del mismo modo que el capitalismo
salvaje se ha despojado de su piel de cordero (léase “Estado del bienestar”)
para mostrarse en toda su ferocidad, la Constitución de 1978, con la reciente
reforma que da prioridad absoluta al pago de la deuda, se arranca de un zarpazo
la máscara seudodemocrática y se exhibe sin pudor como lo que siempre ha sido:
instrumento y coartada de los poderes establecidos, es decir, documento
sancionador de la continuidad y puesta al día del nacionalcatolicismo, esa
peculiar forma de fascismo a la española -nacida de la convergencia de lo más
rancio de la Iglesia, la aristocracia y el Ejército- que es la mayor vergüenza
ética y política de una Europa que tiene mucho de lo que avergonzarse.
Por eso la manifestación del 6 de diciembre contra la espuria Constitución de
1978 es este año más importante que nunca: porque será también la expresión del
rechazo de todo un pueblo -de todos los pueblos- al pago de la deuda ilegítima y
sus intereses, o lo que viene a ser lo mismo, al expolio sistemático de la clase
trabajadora para garantizar los privilegios de los ricos.
Decir no a la Constitución de 1978 es decir no a la deuda, no a la monarquía,
no a la corrupción, no a la explotación, no a los desahucios, no al
desmantelamiento de la educación y la sanidad públicas, no a la discriminación
de las mujeres y los inmigrantes, no a la tortura, no a la opresión de los
pueblos soberanos, no a la criminalización de las ideas, no a la Ley
Antiterrorista, no a la brutalidad policial, no al contubernio Iglesia-Estado,
no a las bases estadounidenses, no a la OTAN… En una palabra, no al capitalismo.
Porque si no acabamos con el capitalismo salvaje, el salvaje capitalismo acabará
con todo. Ya lo está haciendo.
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